Subastar quiere decir vender al mejor postor, o sea, al que más paga. Viene del latín, sub hasta (bajo la lanza), en referencia a la venta del botín cogido en la guerra que se anunciaba para su venta señalándolo con una lanza.
Además, la subasta se utiliza como método de venta para maximizar el precio de las cosas cuando se trata de bienes únicos o difíciles de tasar porque incorporan valores intangibles, artísticos, históricos, sentimentales; y otros, los que sean, como las viviendas desburbujadas que ahora nadie sabe muy bien lo que valen.
El caso es que subastar es esencialmente vender al que paga más caro y yo, para empezar, no entiendo porqué subastan la energía que consumimos. Aunque atendiendo al nombre del mecanismo no pueda estar más claro: las subastas se hacen para que subastadores ganen más, no para que nosotros paguemos menos.
Porque claro, ellos compran y venden al precio que les parece, pero somos nosotros quienes pagamos el cabreo que las eléctricas se han cogido con Soria. En consecuencia, debo reconocer que lo que yo no entiendo es para qué sirven los estados y los gobiernos cuando actúan así, de espaldas a esos grandes sectores de población, los más débiles. ¿Serán sólo para actuar al dictado de los mercados y mantener el orden que estos necesitan?
Y es que el tema tiene tela, en primer lugar vienen los teóricos de esta democracia de mercado y nos dicen que por cuestiones de competencia, porque las empresas públicas son ineficientes y pagaríamos más, los estados no pueden producir ni distribuir la energía que necesitamos para vivir; sino que con ella, tenemos que pagar una montaña de impuestos y márgenes de beneficio industriales, comerciales y del tiburoneo financiero. ¡Que no! que no podemos pagar entre todos los españoles lo que nos cueste la energía y ya está.
Y después, montan todo este lio de que los que producen no pueden ser los mismos que distribuyen, aunque luego lo son a la chita callando, y por mucho que se subasten los unos a los otros, nuestros precios de la energía, después de dar unas vueltas por los mercados de futuros, acaban siendo de los más caros de Europa.
Pasa, lo normal: que los precios son incontrolables y ajenos a las evoluciones de los mercados energéticos porque resulta legal que se especule con ellos. No son las eléctricas, son financieros quienes finalmente subastan la energía, cuanto mayor sea el conflicto mediático más pagaremos, como con la prima de riesgo.
Pero hay más, cuando uno entra en las tripas del cálculo de los precios eléctricos, advierte con estupor que nada ni nadie limita los precios que venimos pagando y que todos y cada uno de los métodos que reglamentan la subasta, parecen diseñados para facilitar que se pongan de acuerdo. Uno, inocentemente pensaba que se trataba de una subasta pública, donde en sobre cerrado, las eléctricas competían con el mejor de sus precios, pero de eso nada.
El asunto, aunque de una opacidad más que notable, se reduce a una subasta inversa -como en las lonjas- donde un órgano regulador se limita a proponer precios a la baja, pero no lo hace en tiempo real y cantando, sino introduciendo tiempos de espera y bajando los precios según algoritmos o criterios desconocidos. Es de suponer que en la última subasta, la puja empezó por encima del 111% del precio anterior. Menos mal que son tan buenos que nos dan crédito con el Déficit de Tarifa.
Unos costes energéticos que son un latrocinio y sólo sirven para laminar el tejido productivo y el consumo, en beneficio de inversionistas y especuladores, en un mercado claramente monopolístico; todo al revés de lo que dice Almunia; y la subasta se acaba convirtiendo en un pulso al estado, a la crisis, a la clase trabajadora y a todo el que se ponga por delante. Porque las eléctricas tienen que dar beneficios, aunque mucha gente -ya de por si, mal alimentada- pase frío y se quede como un témpano al ducharse por las mañanas (si ha podido pagar el agua).
Y nos cuentan un rollo sobre la austeridad, la competitividad y la competencia -que pagamos de nuestros bolsillos con recortes, salarios y paro- que luego no se aplica en absoluto a las empresas del sector que dan beneficios por un tubo, cargaditas como están de macro-sueldos, ex-ministros y ex-presidentes de gobierno. Es el capital quien gana, porque el Gobierno Europeo, lacayo de Merkel, dice que son los mercados quienes tienen que fijar esos precios.
Oigo hablar a políticos de izquierdas y llevan ya años dándole vueltas a eso de que hay que hablar de valores, toda una perorata. Creo sinceramente que no han entendido nada, piensan que hay que ser más buenos, más democráticos, menos violentos y aspirar a tener una mejor formación, …, o algo de eso, pero que alguien me explique, por favor ¿Por qué puñetas, en un supuesto estado social y de derecho, donde los poderes públicos aseguran la protección social, económica y jurídica de la familia, un parado, o alguien cercano al umbral de la pobreza, para poder vivir, tiene que pagar al gran capital esos diezmos en forma de beneficios, en la salud, la alimentación, el agua o la energía que le son vitales?
Esos son los valores que han dejado escapar los políticos de izquierda durante estos años, porque han cedido en nuestro discurso. Eran derechos que se consiguieron mediante duras luchas sociales, en las que el capital, en Europa, entendió que le salía más cara la conflictividad que los buenos salarios.
El pacto social que nos trajo hasta aquí, ha saltado por los aires y no se podrá volver a una situación de equilibrio sin un cierto grado de violencia social, la misma que nos imponen bajo el asta de esa lanza que acaban siendo las facturas.