A veces pienso que el término “violencia” resulta poco funcional por impreciso, que debería haber palabras distintas para diferenciar la violencia que se sufre de la que se ejerce, la que necesitamos -matar para comer- de la sistemática que practica un genocida o un sicópata. Y aunque no ayude mucho que el término, por subjetivo, resulte tan indefinido, hoy podemos convenir que entendemos por violencia: no sólo los palos, sino cualquier forma de maltrato, imposición o injusticia, junto a un largo etcétera de acciones en contra de la equidad.
Y dice la teoría que, para que una democracia pueda cumplir con su razón de existir -que es evitar una mayor violencia- el estado democrático, sus gobiernos, deben ejercer el monopolio de la misma; es decir, impedir cualquier otra violencia ejercida al margen de las fuerzas de seguridad del estado y de las leyes.
Pero hoy, la globalización permite a los más ricos imponer un nuevo reparto social -un nuevo orden- y lo hacen con la connivencia de quienes nos representan ante ellos, produciendo un flujo económico -de pobres hacia ricos- sin más justificación que la imposición y la injusticia. Sin embargo, esa forma de violencia que provoca sufrimiento en los más débiles, es legítima (legal), porque, aunque nuestros gobiernos se hayan saltado todo tipo de leyes y formas democráticas para acudir al rescate de los bancos, eso no cuenta.
¿Es que puede ser violenta la democracia? Pues sí, claro que sí, porque eso del monopolio ese, sólo es teoría y la democracia como cualquier otra forma de gobierno, puede estar cargadita de violencias con distintas motivaciones y finalidades, porque cada expresión de violencia tiene siempre un objetivo, una diana.
Sufrimos una enorme violencia de la que se denomina estructural y es que, cuando la violencia produce daños colectivos, sus efectos pueden ser demoledores aun siendo imperceptibles como tal violencia. Pero ¿es o no violencia? el que los millonarios y grandes bancos multipliquen sus capitales durante la crisis, mientras se producen bajadas de salarios, recortes y destrucción de empleo, pérdida de derechos y corrupción política, que no producen hematomas.
Hemos visto estos días por la televisión los acontecimientos de El Gamonal, donde se han producido hechos violentos, en unas manifestaciones ampliamente mayoritarias y tan unitarias que las multas y fianzas se pagaron inmediatamente por cuestación popular, siendo todos defendidos como parte del colectivo de vecinos; incluso quienes dirigieron sus actos vandálicos contra un banco en un anti-capitalismo simbólico.
Pues bien, estas manifestaciones y sus ecos, han desatado una verdadera fiebre de mojigatas declaraciones anti-violencia en las tertulias televisivas. Unas declaraciones que parecen proscribir hasta la legítima defensa. Y no puedo evitar que me resulte incómoda esa pastosa unanimidad de buenos de todos los colores, que se produce mientras se recorta el derecho de manifestación y la libertad de expresión; y mientras la policía protege negocios corruptos en El Gamonal.
¿Alguien puede explicarme por y para qué quieren prohibir grabar en las manifestaciones?
No puedo sino recordar la frase de Thomas Jefferson, que nunca fue sospechoso de ser un radical de izquierdas: el árbol de la libertad debe ser vigorizado de vez en cuando con la sangre de patriotas y tiranos: es su fertilizante natural.
Cuando ya ni siquiera parece legítimo sacudirse de encima la tiranía y amenazan con perpetuar esa propaganda que debe acabar convenciéndonos de que todavía deberíamos ser esclavos; Yo, proclamo: que la violencia revolucionaria que permite a un pueblo ser más libre, es humanidad en estado puro y que es legítima porque está muy por encima y es anterior a lo que puedan opinar tribunales y tertulias. Es justicia social que, sin que lo sepamos, existe desde que existimos.